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Volver a Rietveld / Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste [22/01/11]

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Gerrit Rietveld es hoy considerado indiscutiblemente uno de los maestros de la modernidad, uno de los artífices de una época de transformaciones. En una época en la que las rupturas y definiciones de nuevos lenguajes eran la expresión de un ansia de revolución más honda, cuya aspiración era la transformación del espíritu del individuo y la sociedad.

Perteneciente al contexto de un lugar y de un tiempo, pero indudablemente empujado por las motivaciones de su propio proyecto vital (que supuso primeramente la ruptura con la herencia de su educación religiosa para, gradualmente, afirmar y erigir con plena libertad lo que él denominó una ‘actitud de vida’), la búsqueda arquitectónica de Rietveld fue la de nuevas posibilidades para la realidad espacial, comprendiendo que el objetivo esencial de la arquitectura era procurar la creación de espacios que ayudaran al individuo a desarrollar una conciencia más intensificada de la realidad. Sea la Casa Schröder (en cuya definición intervendría decisivamente Truus Schröder, la mujer que tuvo una crucial importancia en la vida sentimental e intelectual de Rietveld) el referente esencial de ese propósito, de esa concepción vital que precisaba la mediante la experimentación con nuevas técnicas constructivas para ser traducida a lo arquitectónico.

La sublimación que la distancia o la mirada histórica pueden imponer sobre una producción arquitectónica, indisolublemente ligada a una cierta actitud de idolatría hacia su autor (como en el caso de Rietveld) puede tener como consecuencia una alteración del espíritu u objetivo originario que pudiera haber ella con la que se pierde, o disminuye, la posibilidad de su presencia como fuerza formadora activa. Por ello, posiblemente sea necesario reivindicar la necesidad de la presencia frente a la de la influencia, por cuanto el concepto de la ‘presencia’ implica la persistencia de la energía de una visión desde una apertura que la reconoce viva y aún en desarrollo; mientras que tal vez, ‘influencia’ implique un conocimiento y apropiación de unas ideas desde su situación en esa posición sublimada, en una distancia que no es capaz de dotarlas de el meollo crudo desde el que planteaban su acción.

Sugieren esa reflexión las líneas introductorias escritas por Bertus Mulder, que colaboró profesionalmente con Gerrit Rietveld y fue el responsable de la restauración de la Casa Schröder, en su volumen dedicado a la figura de éste, advirtiendo cómo sus piezas de mobiliario (que fueron concebidas como productos industriales de bajo costo) son hoy vendidas como productos de lujo y exhibidas en museos. No se trata de negar la trascendencia de una figura sino de replantear los modos en que es afirmada dicha trascendencia y, en este caso, su libro supone un buen ejemplo por cuanto la experiencia de la relación personal con Rietveld sirve para tener la suficiente medida de objetividad y subjetividad con las que articular excelentemente un aunado perfil del Rietveld arquitecto y hombre, que resulta indispensable para entender esa presencia de su arquitectura. Mulder insiste en la idea de la inclinación de Rietveld hacia la sencillez, lo primal, la austeridad, describiendo lo que es preciso entender, paradójicamente, como la compleja elaboración teórica de un sentido de la simplicidad sobre la vida, de su futilidad y relatividad del que parte esa convicción en instigar una intensa conciencia de la existencia en una espiritualidad de lo cotidiano, a través de espacios y objetos que ejercieran impacto directo y primario sobre los sentidos.

Por proporcionar ese sólido retrato de pensamiento y espíritu, donde ni hombre ni arquitectura se sacralizan, su lectura podría preceder –para orientar con mucho mayor provecho- a la de otra publicación que, como ésta, está vinculada también al año Rietveld que se celebra en el Centraal Museum de Utrecht: la interesante monografía firmada por su subdirectora, Ida van Zijl, que realiza un recorrido profesional y biográfico cronológico que se apoya textual y gráficamente en una profusa documentación y que se completa con un análisis de los aspectos considerados fundamentales de su obra.

En 1927, Gerrit Rietveld escribía que toda creación verdadera altera la comprensión y demandas de un tiempo y colisiona con las necesidades remanentes de tiempos pasados; una creación debe conquistar el lugar, antes que someterse a responder a las demandas y necesidades imperantes. Por ello Rietveld sigue presente: porque su creación es contenedora de algo que le ha hecho trascender absolutamente sobre cuestiones tecnológicas, formales y funcionales. Trascender su tiempo. Esta carga de presentidad, tanto en lo tangible como en lo intangible en su obra es eso que nuestro tiempo (que confunde a veces innovación o transformación con parafernalia,derroche y exhibiciones ) debe tratar de reconquistar.

 

Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste

Publicado en el suplemento cultural de ABC, Madrid - Número 979

 

 

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