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Paisaje[S]: interioridad y exterioridad....  por Juan Ramírez Guedes [06/06/08]

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Paisaje[S]: interioridad y exterioridad

Hay dos paisajes: en realidad el paisaje, uno de los dos, es un asunto personal, después de que el ojo primero y luego el cerebro lo construyan; ya lo dijo Ortega: “el paisaje es aquello del mundo que existe realmente para cada individuo, es su realidad misma. El resto del universo sólo tiene un valor abstracto… No hay un yo sin un paisaje y no hay un paisaje que no sea mi paisaje, o el tuyo o el de él. No hay un paisaje en general”…(¿Qué es un paisaje?) un enunciado próximo al de (con respecto a Estambul), Pamuk, entre otros.

En realidad en ese sentido el paisaje no existe hasta que alguien lo ha pensado, sensible e intelectivamente… entonces existe para él. Aunque no se trata de un paisaje interior, una construcción puramente psicológica y autónoma sino de un paisaje interiorizado, un paisaje que responde a una redescripción de la visualidad del espacio, pero no a una visualidad de encarnación puramente óptica sino intensamente transfigurada por la interpretación, por la elaboración mental de un imaginario, un constructo heterogéneo, hecho de materiales que aporta la geografía, el territorio o la ciudad, a través del ojo, pero también generado a través del proceso del pensamiento y a través de la cultura.

El otro paisaje es el que afecta a la esfera pública, el paisaje público, la exterioridad, la forma visible (a cualquier escala), la imagen del espacio público como imagen paradigmática del espacio y la cultura contemporáneos. Y de ello procede hablar ahora; y aquí, a propósito de esa imagen representación del espacio público, generadora de discurso y de consenso, en primer lugar hay que recordar a lo afirmado por C. Wright Mills ya en 1944, recogido en una cita de Edward W. Said (Representaciones del intelectual) “Percibir con frescura la realidad implica ahora la capacidad de desenmascarar continuamente y romper los estereotipos de visión y comprensión con los que las comunicaciones modernas (es decir los modernos sistemas de representación) nos inundan. Estos mundos de arte de masas y pensamiento de masas se adaptan cada vez más a las exigencias de la política. Justamente por este motivo, la solidaridad y el esfuerzo intelectual han de centrarse en la política”, es decir, en el espacio público. Y también, estrechamente relacionado con ello, hay que recordar asimismo la apreciación de David Harvey “... una idea de consenso que no contemple la diferencia no tiene sentido. El espacio público ideal es un espacio de conflicto continuo y con continuas maneras de resolverlo, para que este después se vuelva a reabrir”. Estas dos apreciaciones nos alertan contra las visiones estereotipadas que desde el ámbito de lo político intentan establecer un consenso uniformizante y una doctrina también sobre el paisaje contemporáneo, un paisaje que se propone como unidimensional y estabilizado y en los términos de fenómeno estético, eludiendo así la complejidad y la conflictividad inherentes a una realidad dinámica que, si bien se manifiesta mediante la imagen, alberga tras ella y dentro de ella procesos materiales y formales más amplios.

El espacio de la representación de la multiplicidad de visiones, de la pluralidad de tensiones, de la diferencia y el cambio y el conflicto en suma, tal y como apunta Harvey, no puede resumirse en un imaginario inmóvil, plano y narcisista, basado en el paradigma de la “agradabilidad”, un imaginario que se insinúa como generador de una identidad estetizada, en un espurio ablandamiento de la mirada sobre el lugar y el mundo, donde se confunda el paisaje con la decoración a escala geográfica, si no con la jardinería o con un puro campo de maniobras plásticas gratuitas abandonadas a su propio monólogo…

Porque esa exterioridad, ese paisaje exterior donde emergen los procesos del mundo fáctico material, finalmente es también un constructo, como el paisaje interiorizado, un constructo más tenso donde se miden, además de aquellos procesos de lo real, las diferentes miradas e interpretaciones. El paisaje que puede coadyuvar a constituir un imaginario social como referente iconográfico, no es, no puede ser, un decorado de cartón piedra, átono y banal, inerte y acomodado, sino un resultado permanentemente cambiante, contradictorio y complejo, un paisaje que se construya sobre la realidad del lugar y del mundo transfigurado en él. Entre la interioridad y la exterioridad: un paisaje del Entre. Más que un paisaje, un paisaje de paisajes.

Juan Ramírez Guedes. 2008

 

 

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