Buenos Aires / Argentina

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'Un museo, dos exposiciones, Spain mon amour y Ruinas modernas. Y una radiografía de los éxitos de la arquitectura española reciente y el fracaso del urbanismo especulativo anterior a la crisis. Una ocasión para resaltar el trabajo bien hecho y aprender de los errores'. Con esta descripción-eslogan el Museo ICO presenta las dos exposiciones que acoge desde el pasado 20 de marzo. Una contundente sentencia a la que, de entrada y a la luz (o, mejor dicho quizá, penumbra) de las actuales circunstancias sería difícil poner objeciones puesto que la necesidad de esa reflexión es más que evidente. Y el visitante que las recorra sin más datos informativos que los proporcionados por los medios de comunicación generales posiblemente quede convencido de que esa taimada verdad, maniqueamente diferenciada entre éxitos y fracasos, constituye la explicación de por qué España ha caído en este sumidero.

Por eso, pese a ese a intento de unificación conceptual, resulta necesario señalar que nada tiene que ver una propuesta con la otra, más allá de su coincidencia en espacio y tiempo, ya que sus respectivas motivaciones ideológicas son totalmente distintas. Quienquiera que haya considerado que estos dos conceptos funcionarían bien a dúo por el mero hecho de analizar, en apariencia, un mismo asunto confunde o no reconoce cuál es el meollo de la cuestión de fondo a reflexionar. Una cuestión que no es tanto el lanzar una agridulce mirada retrospectiva a un pasado aún palpable como el de reconocer los motivos que permitieron el auge de ese escenario que hoy se denuesta – y del que, hay que cuestionar, quiénes realmente se avergüenzan y responsabilizan.

Ruinas modernas parte de un meticuloso trabajo de documentación fotográfica de urbanizaciones construidas y que no llegaron a ser habitadas llevado a cabo por la arquitecta Julia Schulz-Dornburg. Las imágenes que ya formaron parte de un publicación homónima (editorial Àmbit, 2012) se complementan aquí con recreaciones en 3d y los anuncios publicitarios realizados por las promotoras inmobiliarias, planteando una simbiosis esencial entre realidad y ficción proporcionando una lectura doble que, como explica Schulz-Dornburg, «es la que permite llegar a comprender lo impensable, reconstruir lo inimaginable, constatar el disparate y sacar conclusiones.» Imágenes de la burbuja inmobiliaria en su más cruda esencia en las que se reconoce implícito el reconocimiento de esto que el filósofo Rafael Argullol escribe: «el gran saqueo material de todos esos años no habría sido posible si, paralelamente, no hubiéramos incurrido en el gran saqueo de conciencias que ahora denominamos ‘falta de valores’, ‘novorriquismo’ y cosas semejantes pero que en los años que creíamos opulentos estableció una férrea cadena de complicidades entre estafadores y futuros estafados, vinculados unos con otros por el sueño del diseño - sueño, luego, pesadilla para las víctimas- y por la confusión entre bienestar y beneficio».

Ruinas modernas es la constatación de ese saqueo material y moral. Una denuncia honesta que pone rostro a lo más miserable del capitalismo, enfocando su objetivo en los restos de urbanizaciones fantasma, en un mundo próximo y bizarro. Retratos descarnados pero también poseedores de un riesgoso preciosismo que nos hace contemplar con cierta melancolía tan trágico paisaje.

El trabajo de Schulz-Dornburg es loable: la articulación de una moraleja necesaria que debiera también ser aplicable a la hora de afrontar ese mismo problema desde otros puntos de vista, el capítulo de las ruinas modernas relativo a las obras públicas. Resulta llamativo que la voluntad de yuxtaponer realidad y ficción para alertar la reflexión crítica en su caso se torne en Spain mon amour en una deliberada exhibición idealizada de edificios que, como el pabellón de España de Expo Zaragoza 2008 (concebido para ser destinado a nuevos usos inmediatamente tras la clausura de aquel evento) ya no conserva en realidad el lustroso aspecto que tiene en las imágenes de Pedro Pegenaute que presenta esta exposición.

Comisariada por Luís Fernández-Galiano, la Spain mon amour que se presenta en el Museo ICO es una «reedición ampliada» del montaje llevado a la pasada Bienal de Arquitectura de Venecia, produce la misma vergüenza ajena al ver a esos jóvenes arquitectos domesticados por el sistema, sin rebeldía alguna, esperando silentes su turno, soportando mientras entre sus manos la pesada herencia. Se confirma de nuevo lo ya sospechado entonces (y que ya quedó entonces recogido en la reflexión sobre la Bienal aquí publicada): que, pretendiendo «celebrar una etapa» y «denunciar un presente dislocado», ser una «una invitación a pensar el futuro de otra forma», este montaje es en realidad una huida hacia delante de su comisario, un lavado de cara en toda regla.

Insistiendo así en las connotaciones del uso de estudiantes como peanas vivientes (y reiterando la negativa a aceptarlo como metáfora de solidaridad «con los miembros más jóvenes de una profesión en crisis») desconcierta ver que quien tuvo un papel protagónico, haciendo y deshaciendo, en la toma de decisiones cruciales en la arquitectura española del último cuarto de siglo; quien fue uno de los principales valedores ideológicos y promotores del aterrizaje del star-system en España; quien confundió crítica con promoción, relate hoy ese período como desde la desvinculación de un mero observador.

Y surgen preguntas: ¿Por qué la ocasión de esta reedición de la exposición -máxime cuando se presenta emparejada con una exposición acerca de los cadáveres dejados por el neorriquismo local, como es Ruinas modernas-  no obliga a Fernández Galiano dar una explicación sobre la acusación que Wilfried Wang hizo respecto a su influencia a la hora de hacer ganador al proyecto de la Ciudad de la Cultura de Peter Eisenman − seguramente la “ruina” (en dos de los sentidos posibles de la palabra) más paradigmática del último tiempo? ¿O recordar que en 2006, celebrando en On–Site: New Architecture in Spain, sus propios argumentos sobre el triunfo de la arquitectura española eran en sustancia diametralmente opuestos a los que hoy enarbola y que significaron el auge del triunfo del star-system (caprichos megalómanos, presupuestos desorbitados cuya duplicación o triplicación fue hecho común y legitimado)?

Resulta también interesante preguntarse cuál es la deuda que los arquitectos expuestos deben tributar al comisario para sentirse obligados a participar en tan burdo espectáculo. Más aún cuando el prestigio de estos arquitectos y el valor sus carreras bien consolidadas no tienen necesidad de paripés.

Tal vez habría que achacar esto al miedo que provoca esta crisis y el oscuro horizonte que ven frente a ellos y que les hace percibir que, bajo el paraguas, que esta exposición puede proporcionar será más fácil resistir.

No se trata de poner en duda en ningún momento el valor de casi todos los edificios que expone Spain mon amour, aunque sí en primera instancia cabe preguntarse qué autocrítica real hay en su trasfondo de auto-elogio a lo que sí se considera bien hecho. Qué habría hecho esta generación que la exposición presenta como triunfante si no hubiera contado con generosísimos presupuestos para construir infraestructuras, útiles en algunos casos y de cuestionable sentido en otros; y cómo estas últimas terminaron por hipotecar el futuro de estos arquitectos que hoy sólo sirven en el montaje de Galiano como pedestales humanos.

 

Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste

Versión ampliada del texto publicado originalmente en el suplemento cultural de ABC, Madrid - 20 de Abril de 2013 - Número 1089

 

 

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