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Espacios de concentración / Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste [15/02/09]

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El estudio del arquitecto no es un reducto de retiro donde el autor hace emerger y culminar la obra en su soledad. El arquitecto precisa necesariamente de la participación de colaboradores y ayudantes con los que llevar a cabo el minucioso y complejo proceso que conduce a sus ideas hacia su progresiva realización material. El estudio arquitectónico es invariablemente, a mayor o menor escala, un espacio colectivo cuyas estructuras de funcionamiento lo imbuirán de un carácter comparable al de un taller, una fábrica o un laboratorio; pero es en su sustancia más profunda un espacio que constituye seguramente la traducción más posible de la mente y espíritu de un arquitecto y de su propia concepción de qué es y cómo se gesta la arquitectura.

Detrás del proceso de evolución, lleno de variaciones de la idea original y que confrontan la preservación de la sustancia fundamental de esa idea a las restricciones y dificultades inherentes a la realización para permitirle tomar el desvío que lleva de lo intelectual hacia lo material, que es la creación de todo edificio y proyecto subyace una estructura mental que resulta sin duda imposible describir con la precisión con que la expresa el espacio del estudio del autor de arquitectura. El estudio es el lugar donde sucede y se cobija esa creación paralela del arquitecto, que es la construcción de su propio pensamiento.

Los útiles y materiales de trabajo, dinámica de organización y atmósfera en que se desarrolla la actividad, los libros dejados a mano, los objetos que acumula en repisas, anotaciones diseminadas sobre escritorios, la disposición del archivo, el mobiliario… El estudio del arquitecto está construido de tiempo y acumulación del conocimiento, el instante incipiente de ideas encontradas y no moldeadas pero que la imaginación reclama tener presentes, cercanas a la vista. Prestar atención a la infinitud de detalles que configuran la especificidad de un estudio nos permite intuir la estructura metodológica a través de la que surgen las ideas y son mantenidas en desarrollo y nos sitúa ante la expresión de un ego creativo e intelectual posicionándose dentro de los parámetros culturales de su tiempo y de su disciplina.

Su diversidad de variantes hace patente un momento de transición intelectual y de definiciones y redefiniciones de los procesos creativos de la arquitectura. Espacio conscientemente planteado o desarrollado caóticamente, el paisaje interior de los estudios actuales abarca una galería de espacios que aparecen como atemporales wunderkammer de una intimidad poética, como el de Yona Friedman, cuya alma un escritorio donde lo apilado representa el momento presente. Galpones que el constante desarrollo de los proyectos ha hecho ir creciendo desordenadamente, quizás como orgánicamente, en torno a los elementos básicos de trabajo, como los de Lacaton & Vassal, que contiene una especie de invernadero trasero donde se hacen crecer unas orquídeas consideradas herramientas inspiradoras. Hibridaciones del espacio doméstico y el espacio laboral que hacen del estudio un ámbito vital, como el de Atelier Bow-Wow, hogar de los arquitectos e invadido por incalculables maquetas, o el de Lina Bo Bardi, más concebido como un aula de diálogo y enseñanza en torno la chimenea de una sala de reunión que como lugar de producción.

Otros son despachos de formalidad decimonónica envueltos por una biblioteca que, agotada la capacidad de las estanterías, se propaga correctamente organizada sobre sillas y suelo, como en el pulcro despacho de Hermann Czech. Oficinas de impecable aire moderno y funcionalidad racional, como lo fue la oficina de Alvar Aalto, o en la eficiencia que exudan UN Studio o la gran corporación Skidmore, Owings & Merrill, que aparecen como reductos de una estructura jerárquica, donde el aura del arquitecto-autor como ‘cerebro’ rige el funcionamiento del despacho; del mismo modo, puede ser el soporte a través del que crear una imagen mítica a exhibir ante otros arquitectos, haciendo del estudio esencialmente un escenario donde el arquitecto se interpreta a sí mismo y nutre su carisma.

El modo de atención y posición ante la realidad que se demanda al arquitecto redimensiona su forma de percepción e interpretación de los elementos materiales y conceptuales que fundamentan cada proyecto, modelando su intelecto y sus sistemas de mirada sobre la realidad. Cada elemento del estudio está ahí porque es un foco de interpretaciones y simbologías, de concentración, de profundidad… constituyendo un sistema de herramientas dotadas de una utilidad intelectual que sólo su autor conoce y sabe manejar.

Otros son espacios en los que puede reconocerse el traspaso tecnológico entre siglos, como reflejan los estudios de Steven Holl y de Venturi Scott Brown & Associates, desordenados y en actividad bullente donde se han fusionado los modos de hacer permitidos por las herramientas del siglo XX, con las que estos arquitectos formaron sus bases mentales, pero reconociendo el potencial poseído por las herramientas de la era de la revolución digital para inspirar la mente del arquitecto y traducir sus ideas.

En el escenario del estudio se desvela si el tamaño de la libertad y capacidad creativa del arquitecto, demostrando si la tecnología ha sido asumida como una herramienta catalizadora de la inspiración y la creatividad que emerge de su mente e instinto o como un mero accesorio funcional. En épocas en que la arquitectura era una tarea estrictamente mental y manual, el taller lleno de prodigiosas maquetas, esqueletos y modelos humanos de Antoni Gaudí fue un laboratorio de búsquedas experimentales tan intensas como las que pueden formular Diller Scofidio + Renfro a través de una aproximación a la arquitectura que trata de romper las fronteras de la disciplina y en donde una máquina de coser se puede convertir en herramienta clave de un proyecto.

Además de la fundamental presencia del ordenador en el estudio del arquitecto, otras herramientas digitales se han vuelto indispensables en una época en la que el trabajo del arquitecto requiere de una posición nómada, inmerso dentro de la velocidad a la que se desplaza el tiempo, que trabaja concentrado en salas de espera de aeropuerto, como Gary Chang de Edge Design Institute. Esta concepción transformaría el estudio en una especie de ‘base central’, flexible para adecuarse a su evolución propia y al proceso requerido por un proyecto.

Más allá de contextos y modos individuales, el estudio es el espacio donde filtrar y retraducir la realidad, un lugar para el cual su pleno sentido hoy es el de ser como lugar de interacción (física o virtual) para el cerebro multicéfalo de un equipo arquitectónico y donde instigar la impredicibilidad del pensamiento creativo como energías para la arquitectura.

 

Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste

Publicado en suplemento 'Cultura/s', La Vanguardia, Barcelona - Número 347

 

 

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